lunes, 23 de junio de 2008

Mi no mundo.

[Va, va. Ahí está el segundo. Y de éste estoy más contenta. Qué bueno esto de seguir en paz con uno mismo]


Tumbada en mi cama imagino la historia
de lo que me gustaría que fuera mi vida.
No estoy descontenta con lo que ya es
y creo que eso ya es mucho,
pero ¿quién no ha imaginado lo que hay
en la otra esquina de su mundo?

Puedo contaros los no cuentos de amor
que en este lado se respiran,
y las fantásticas historias de sexo y dolor
que en aquel otro se suicidan
para no existir, para volar con el viento
y para dar paso a otros sentimientos.
Donde las niñas aún son niñas
y no intentan imitar a esas mujeres de infarto
que no arriesgan por miedo a quedarse en el asfalto.

El miedo es el gran veneno de esta sociedad.
Pero en la de mi no mundo, el miedo desapareció:
por miedo a ser abandonado, huyó hacia la soledad.
Y ahora ya nadie lo busca, ni si quiera lo encuentra.

Puta locura, ¿eh? Aún hay más:

En mi no mundo yo soy un poco más alta
y un poco menos tímida,
mis orgasmos más plenos
y mis sonrisas menos rígidas.
Allí desperdicio los versos que aquí callo
por no arriesgarme a perder (y aún así pierdo).
Mis versos allí suenan a cielo.
¿O es el cielo el que suena a mis versos?
Allí se me plantean preguntas
cuyas respuestas aquí visten velos.

Pero, ¿sabéis qué os digo? Que yo me quedo,
con mis miedos, mis simples orgasmos, mi estatura,
con mis tontas preguntas y mis estúpidos velos.
Que, aquí, tiene más sentido mi extraña sana locura.

domingo, 22 de junio de 2008

La perdí, por ti.

En algún momento entre la una de la madrugada y el sabor de tus piernas enredadas en las mías yo perdí la razón.
La luna decidió acompañarnos bañándonos con su blanquecino resplandor. Nos iluminaba lo suficiente para que pudiera perderme en tus susurros y nadar entre tus risas sin perder ni un detalle de nada de lo que pasaba. A medida que la noche avanzaba, a cada minuto yo me enamoraba un kilo más de ti.
A mí nunca me gustó el tabaco, ni su olor ni su sabor, pero he de reconocer que a ti te quedaba bien, que su sabor en tu boca mejoraba bastante. Tú, por lo que me dijiste, nunca habías aguantado a un chico a solas con su guitarra, pero cuando te canté aquel poema de desamor, tú lloraste enternecida y, aún enternecida, me pediste que te besara para que pudieras olvidar ese triste cantar que había salido de mis cuerdas.
Te dije que quería que tu olor fuera mi musa y cada mañana, al despertar sin ti a mi lado, descubría un tesoro en forma de pañuelo de tela que la noche anterior habías llevado en tu cuello, impregnado de tu fragancia, cada vez con un matiz distinto: culpabilidad, deseo, temor, sonrisas y lágrimas eran los que más frecuencia se repetían y a mí me volvía loco respirar ese perfume.

Construimos nuestro reino, donde no existían los amaneceres porque así la noche era más larga y yo podía disfrutar siempre de tu alegría sin despedidas. Desayunábamos canciones con un poco de mermelada. hice habilitar una habitación entera para tus pañuelos y otro para las fotografías que retrataban nuestros eternos recuerdos.
Domesticamos a nuestros monstruos internos e hicimos que se conocieran, se comprendieran y se amaran. Lloramos juntos de alegría, pero no todo fue feliz, también reímos de pura histeria. Yo pensé alguna vez en abandonar mis metáforas y tú pensaste en abandonarme a mí... y así lo hiciste, porque todo lo que te proponías lo llevabas a cabo. Te desintoxicaste de mí, de mis besos y de mi voz despertándote de madrugada. Saltaste el foso de nuestro propio castillo y saliste corriendo, o huyendo... eso ya nunca lo sabré.
Cuando me quise dar cuenta, sólo había un pañuelo más en mi cama con un olor que jamás antes había percibido: despedida. La luz de la mañana entraba por la ventana, y el elegante castillo se convirtió en calabaza, o en mi cuarto, que viene a ser lo mismo.

Y creo que te la llevaste... sí, mi razón. Tal vez se enredó en tu pelo... o a lo mejor simplemente la guardaste, como recuerdo o como trofeo... No lo sé. Yo ya no la encuentro, y puedes quedártela, porque no la quiero. Qué tontería, ni que tuviera otra opción... si no sé dónde has ido... ni si quiera sé qué nombre de ciudad debo introducir en mis próximas canciones de desamor cuando hable de ti, de tus manos, de tus labios, de tus curvas imperfectamente perfectas, de tus ojos dulces o de tus ojos juguetones, de tus sonrisas pícaras (de las burlonas no hablaré), de tu piel suave y ese lunar en aquel lugar al que ninguna otra persona le dedicó ni si quiera medio segundo de su tiempo y al que yo podría haberle dedicado más de media vida, de tus sonrisas, de tus pechos, de tu barbilla perfecta... de ti.

jueves, 19 de junio de 2008

Empezando a aceptar.

Tengo la mente en blanco. No sé qué escribir últimamente. Si voy en el autobús y saco mi cuaderno y mi lápiz e intento escribir, las palabras se quedan en mis dedos, no quieren ser acariciadas por el grafito, creo que le tienen miedo; y no es para menos. Saben, igual de bien que lo sé yo, que en cuanto salgan, será en forma de lágrima, el dolor no les permitirá salir de otro modo.
Llegados a este punto, incluso temo seguir escribiendo esto, que no es más que una aclaración de lo que le pasa a mis ganas de escribir, que son inmensas, pero están presas rodeadas de espinas encargadas de gritar que si se atreven a materializarse en letras, en palabras, en frases con sentido, no pasará nada más a parte de que una herida se abrirá. No creo que me convenga.

Me he pasado algunos días, después de comprobar que no soy capaz de escribir lo que deseo, leyendo otros blog's, otras páginas de gente como yo, que escribe, y que siente su vida en la escritura, que vuelca su vida en cada una de sus metáforas, en cada signo de puntuación. Y eso provoca en mí pavor: ¿por qué es capaz la gente de escribir lo que siente con tanta claridad? ¿por qué son capaces incluso de meterse en la piel de personajes totalmente inventados por ellos y que les salga tan bien la jugada que tienen a un montón de
ciberlectores enganchados? He llegado a pensar incluso que no sirvo para esto. No recuerdo cuándo empecé a escribir mis relatos, pero no recuerdo ningún momento en que lo haya dejado.

Empiezo a ver la solución... tendría que
dejar salir eso que me está consumiendo por dentro, dejar de ponerle excusas. aunque empiece a sangran, es más fácil sanar una hemorragia externa que una interna, y eso hace tiempo que lo sé.

sábado, 14 de junio de 2008

El Oscuro Pasajero.

-No quiero decir que tú no hayas pasado por cosas difíciles.
-Pero en ningún caso lograría entender lo que tú has vivido, ¿verdad? Yo nunca he podido sentir esa necesidad como miles de voces escondidas, susurándote: "así eres en realidad". Y luchas contra la presión, una creciente necesidad que te engulle como una ola. Pinchando, provocando y obligándote a alimentarla. Pero los susurros aumentan hasta convertirse en gritos y son la única voz que oyes... la única voz que quieres oír, y estás a merced de ella, de esa sombra de ti mismo, de ese...
-Oscuro pasajero.
-Sí, el Oscuro Pasajero.


[Dexter, 2x03]

jueves, 5 de junio de 2008

Para (no) ver.

[Lo he encontrado por ahí, buscando el principio de mi tema de Kant. Es lo que tiene no colocar los archivos y que tods estén revueltos. Rayada, I know.]


Para no ver, basta con cerrar los ojos. Haz la prueba: ciérralos, y verás, en sentido metafórico, claro, porque no verás absolutamente nada. Aunque eso es mucho decir... porque la nada es negra, ¿no? Bueno, nadie ha visto la nada, así que no sabemos cómo es. Y no, no me discutáis esto, porque si lo estás viendo, es que hay algo, y donde hay algo no puede estar la nada. Aunque, según este razonamiento, la nada no existe, si existiera, tendría que estar en algún sitio... pero si está en algún sitio ya es algo. Para los que se hayan perdido: algo es antónimo (es decir, contrario) de nada. P y no p es una contradicción, y una contradicción no se puede ni pensar; yo lo veo clarísimo. Bueno, ahora no, ahora veo esa nada falsa y negra porque tengo los ojos cerrados, era para hacer esa demostración de que las cosas no se ven si no ves nada. Aunque empiezo a pensar que es mentira eso, pues ya llevo media hora sin abrir los párpados y he descubierto que la nada no existe y eso es ver algo... en sentido metafórico, claro, porque yo no he visto la nada. La nada no se puede ver, porque no existe. No entiendo por qué tenemos un nombre para algo que no existe, ¿por qué alguien pensó en la ausencia de cosas si nunca va a llegar a comprobar si eso existe? Qué ganas de complicase la vida. Si piensas que puede haber un espacio de cosas nunca llegarás a averiguarlo, porque si tú lo estás observando, ya hay una cosa allí. Es como preguntar si un árbol suena cuando se cae y no hay nadie alrededor. ¿Cómo quiere alguien descubrir eso? Es una pregunta trampa. Lo veis todos, ¿no? Pues si no lo veis, cerrad los ojos, que no sabéis cómo ayuda a verlo todo mucho más claro.

lunes, 2 de junio de 2008

Las cosas cambian.

[Esto es el primer poema que me atrevo a enseñar... el único que he logrado terminar. No sé por qué se me hace tan difícil. No seáis muy duros juzgándolo, que es el primero.]

Las cosas cambian, cambian tanto
que empiezo a pensar que ya no pintaré
las nubes rosas en el techo de mi cuarto.

Mi alma sufre, se revuelve,
gime, grita, llora, muere
porque sabe que no habrá nadie
cuando el teléfono descuelgue.

Las cosas cambian, tantísimo
que ahora que necesito vomitar palabras,
en vez de llorarlas, las escribo.

Las cosas cambian, con tal rapidez,
que yo, que jamás antes he fumado,
exhalo el humo de las promesas rotas
terminando cigarrillos de diez en diez.

Y aquí me ves,
escribiendo en un cuaderno
que debería estar vacío,
llenándolo con desánimo
que ayer eran sueños míos.

Y es que las cosas cambian tanto
y este mundo gira tan deprisa
que yo me pregunto qué fue lo que pasó,
si todo aquello se lo llevó la prisa.

Miro y pienso:
"joder, esto no es tan malo"
pero sólo me viene la inspiración
cuando camino por el pasado,
por los sueños perdidos,
por los amores prohibidos.

¡Ay! Si hubiéramos pensado menos
y sentido más...
Pero para qué hablar,
si tú ya conoces todos esos cuentos.

Hoy te vengo a contar
que las cosas cambian,
pero que yo sigo siendo la misma:
que al hablar no calla,
que al escuchar comprende,
que te echará una mano
si tu cerebro prende.

Sólo tienes que pedirlo,
que ya sabes dónde estoy,
con un cuaderno en la mano
y miles de sonrisas para ti.

Porque las cosas cambian,
pero sólo algunas.


[PD: la historia de Merlina la seguiré más adelante, a semipetición de una persona. Y a petición completa de otra XD]