sábado, 13 de diciembre de 2008

Se abrazaban. El frío bailaba con sus huesos. A ella le castañeaban los dientes, pero procuraba que él no lo notara. Él se movió un poco, lo justo como para poder mirarla a los ojos. Seguía cogiendo sus manos, el único sitio del cuerpo en el que tenían algo de calor. Ella parecía no darse cuenta de que él estaba con sus ojos fijos en ella, pero sí se enteraba. miraba hacia el cielo, le gustaba ver las estrellas que salen a última hora de las tardes de verano, cuando el cielo aún tiene ese color azul que queda tan bien en las fotografías. Él suspiró, llamaba su atención con un ruido, aunque no sabía si ella se daría cuenta. Ella le miró, él sonrió.

-¿En qué piensas? ¿Por qué me miras así? -dijo ella, como si acabara de darse cuenta y se sorprendiera.
-Cuéntame... ¿Cómo es tu hermana? -preguntó tras titubear un segundo.
Hubo un breve silencio incómodo que se hizo eterno.
-¿De verdad quieres escucharlo? -sonrió, pidiéndole en silencio que no le hiciera hablar de ello, pero afirmándole que le contaría la verdad si él quería escucharla.
-Quiero decir... sólo si quieres. Sé que no te gusta hablar de ello...
-Entonces, gracias.

Otro silencio incómodo, no solían tenerlos, no estaban acostumbrados, siempre tenían de qué hablar, de qué bromear, de qué filosofar. Ella suspiró.
-Verás... -le empezó a decir- Yo la quiero, es mi hermana, pero... es complicado, demasiado complicado.
-Puedes confiar en mí.
Ella negó con la cabeza, como diculpándose.
-No, no. No me malinterpretes, no es por ti. Es, simplemente, que hay cosas de las que no me gusta hablar. Es como si quisiera demostrarme algo a mí misma... -Ella le miró, para comprobar en su expresión que él no estaba entendiendo nada- Verás... la vida no es ni blanca ni negra. No creo que por tener cosas malas en la vida, la vida sea mala, ni al revés. Mi vida... bueno, mi vida es compleja.
-Creo que podría llegar a entenderte, si te explicaras mejor.
-Mira, yo te he contado muchísimas cosas de mí, y creo que has visto que no me importa. Me gusta que intercambiemos experiencias pasadas duras, y también las buenas. Mis padres no han sido siempre mi mejor ejemplo; aún tengo clavados puñales en la espalda de antiguos amigos demasiado efusivos; me han roto el corazón un par de veces, de la forma más dolora que yo jamás imaginé...
Él la miraba atento, con ojos tristes, pero firmes.
-¿Quieres decir que tu vida es dura, pero aún así luchas?
Ella rió.
-No, para eso no te estaría soltando toda esta charla. Quiero decir que, a pesar de haber tenido todo eso, también tuve siempre unos padres que me cuidasen y me educasen; tuve amigos que me escucharon y secaron mis lágrimas cuando hizo falta; tuve el más dulce amor durante algún tiempo, y volví a tenerlo otra vez, de una forma tan distinta...
-... tu vida es equilibrada.
-Exacto. Tal vez haya llorado más veces que he reído. Pero la risa siempre ha tenido mucha más fuerza y mucho más valor. Simbólicamente, podría decirse que por cada cien risas que han salido de mi boca, sólo dos lágrimas han salido de mis ojos. Y la segunda era de reírme.

Ambos sonreían. Él lo entendía perfectamente.

-De todos modos, eso no tiene nada que ver con lo de tu hermana... no te estoy pidiendo que me lo cuentes -se apresuró a añadir.
-Sí que tiene que ver. Mi hermana es algo para mí que obstaculiza ese equilibrio que quiero que percibas. Si ahora te contase cómo me ha tratado esa persona, tú me tomarías por una desdichada, y no lo soy. soy una persona con mucha suerte: hay gente peor que yo que no tiene nada de suerte. Pronto se te olvidaría que soy una persona optimista con la que poder reír, una persona que va más allá de lo que se ve y quiere ver más allá contigo. Se te olvidaría todo eso, te obstruirías con mi información y tú escaparías, a lo mejor inconscientemente, a lo mejor a sabiendas de todo... pero acabarías huyendo, pensando que no tenemos nada en común.

Él volvió a abrazarla. A ella le caía una lágrima caliente por la mejilla helada.
-Yo no te voy a dejar nunca -susurró él.
-Sí, lo harías si yo hiciera las cosas mal.
-¿Cómo lo sabes? ¿Cómo lo dices con tanta seguridad?
-Porque si no fuera así... -ella cogió aire- ahora mismo, esto sería una escena real, no estaría soñándola.



Ella despertó en su cama, en ese invierno extraño. Estaba destapada, en posición fetal, con las manos entre sus piernas. Eso explicaba todo el frío en el cuerpo excepto en las manos. Lo que no era capaz de explicarse era la desazón que sentía, la soledad repentina, el miedo, y la lágrima que rodaba por su mejilla helada.

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