miércoles, 23 de julio de 2008

Un gesto ante el espejo.

[Recomendación de C.: escritura creativa, se te da un enunciado y de ahí debes sacar una historia. Ésta es la mía con el enunciado de arriba. Necesito opinión para saber si puede ser mandado a una profesora muy exigente de filosofía.]

Salió del despacho, sacó una reluciente y pequeña llave y lo cerró. Al tiempo que sacaba la llave del cerrojo, miró el rectángulo metálico pegado en la puerta, a la altura de sus ojos. "Sandra Domínguez". Sonrió al recordar cómo había exigido que le cambiaran el cartel que le pusieron al principio, sin la tilde correspondiente en su apellido. "Una abogada que se precie debe tener su nombre correctamente escrito en la puerta de su despacho" había argumentado.

Giró y se encaminó hacia el ascensor que le llevaría hacia la libertad, al menos por ese día. Llegó al rellano, apretó el botón y pacientemente esperó mientras repasaba su figura erguida en el espejo entre los ascensores. La falda del traje negro con raya diplomática que llevaba estaba arrugada, así que la alisó con un elegante movimiento de su mano derecha. Al fin sonó la música que anunciaba que el ascensor ya estaba allí, entró y apretó el botón, descubriendo que estaba sola; "ojalá sea así durante los 13 pisos restantes", pensó; estaba demasiado cansada como para hablar del mal tiempo con nadie. Una vez cerradas las puertas, siguió mirando su reflejo en el espejo. Ladeó la cabeza y pensó en hacer una de esas tonterías de niña pequeña, pero luego recordó que aún podía subir alguien en el ascensor y verla. Sólo quedaban 6 pisos pasa llegar abajo. Cuando estaba a punto de convertirse en el 5, el ascensor dio una pequeña sacudida y la luces parpadearon. Entonces la cabina se paró.
"Mierda" murmuró justo antes de darle al botón que tenía un dibujo de un teléfono. Una voz de hombre respondió: "Le atiende el servicio técnico. ¿Algún problema?". "Me he quedado encerrada en un ascensor, entre la planta 6ª y la 5ª". "Ahora mismo lo arreglamos, no se preocupe, señora, son 5 minutos". La mujer resopló y dio las gracias.


Volvió la vista hacia el espejo de nuevo y allí, se encontró con sus ojos que la miraban con el deseo propio de una cría. "Por Dios, Sandra, tienes 32 años...". Se miró los zapatos. el segundo resoplido llegó enseguida. Apoyó su cuerpo en la pared del fondo de la caja del ascensor. La cabeza ladeada, le devolvió la mirada cansada al espejo, y ella negó como prohibiéndole a su subconsciente que pensara más en ello. Tras 4 minutos eternos, la chaqueta ya estaba en el suelo, junto con el bolso, a la espera de que volviera a moverse el aparato.
Su mirada se dirigió hacia el techo y murmuró: "¿Por qué no? Aquí no hay nadie que pueda verme" Una vez tuvo claro eso, se incorporó, giró todo su cuerpo hacia el espejo y se miró fijamente. Muy lentamente, se cogió las mejillas y empezó a estirar de ellas, cada una hacia un lado. Poco a poco fue liberándose, fue sonriendo cada vez más. Sacó la lengua. Puso los ojos en blanco. Intentó chuparse la nariz, incluso intentó chuparse el codo, después de lo cual se rió a carcajadas. Hizo el orangután como había visto hacer a su sobrina en aquel mismo ascensor en una ocasión. Se lo estaba pasando extrañamente bien, tan bien que ni si quiera se enteró de que el ascensor se había vuelto a poner en marcha, hasta que la puerta se abrió.
La falda estaba arrugada y por encima de las rodillas, la chaqueta y el bolso continuaban en una esquina en el suelo. Tenía la mano derecha tirando de la oreja izquierda, y la mano izquierda tirando de la oreja derecha; los mofletes hinchados y los ojos muy abiertos, pero nada en comparación con como los tuvo sólo un segundo después, cuando descubrió que su jefe, el Sr. Astillo, la estaba observando, sin creer lo que veía. Rápidamente, se volvió a erguir, alisó la falda y el pelo. Cogió sus cosas del suelo y se dispuso a salir mientras murmuraba algo rápidamente: "El aire cerrado provoca en mí este tipo de reacciones. Yo no soy así señor, lo prom..." Pero él le cortó: "Me alegro de que al fin hayas encontrado tu espíritu infantil, Srta. Domínguez, empezábamos a pensar que nunca maduraría". entró sonriendo en el ascensor, pero ella no se movía, no podía después de lo que acababa de oír. "¿Subes de nuevo, o sales de una vez, Sandra?".

Harta

[He vuelto a mis orígenes más originarios. Cuando escribía con esa rabia que me salía por los poros. Cuando sentía que lo que escribía tenía sentido. Cuando sentía que eran verdades como puños. Al fin con destinatario(s) claro(s). No creo que siga así mucho tiempo. sóolo ha sido un ataque de ira momentáneo. Así es como descargo yo mi furia... si todo el mundo fuera así, qué hermosas serían las guerras]



Harta de tanta sonrisa falsa por la calle que hace que mis esfuerzos por sonreír de una forma sincera no sean valorados como se merecen.

Harta de tanta niña inmadura que se pone tacones y se cree mayor. Todo lo que he luchado yo por adquirir mi madurez se va por el retrete con sus toallitas desmaquilladoras.
Harta de tanta palabrería que pretende encadilar. Después, cuando hablo yo, no se me toma en serio, se me considera "una más que dice lo mismo"; pero lo mío sale de dentro de verdad.
Harta de que en esta vida no importe si se hace daño a una persona o no. Así, a mí me cuesta el doble levantarme... pero me levanto.
Harta de tanta gente que no sabe controlar su rabia: rabia sin fundamento, mal enfocada. Cuando yo estoy rabiosa, rabiosa de verdad, he de aguantarme porque puedo ofender a alguien; muerdo una almohada, doy puñetazos a las paredes, chillo y lloro y pataleo cuanto quiero, pero jamás me veréis pagarla contra quien no tiene sentido pagarla, contra quien no se la merece.
Harta de tanto hartamiento, que no me deja dormir en paz por las noches y me apabulla con sueños extraños.


Harta de toda esa gente que se queja de sus problemas insulsos como si fueran los peores del mundo, y luego acusan de egoísta a todo aquél que no le escucha. Hoy mi problema son esas personas que no ven más allá de sus narices, que no reflexionan antes de pisar, y que pisan sin remordimientos. Que no sienten más que lo suyo y no sufren más que los demás sólo porque lo aseguren.
Hoy, me río en vuestra cara porque cuando tengáis un problema... cuando estéis agonizando de dolor porque algo os queme tanto por dentro... no lo soportaréis. Ahora os hacéis tanto las víctimas sin si quiera imaginaros que podéis llegar a tener un problema serio que cuando se os presente no tendréis a dónde ir, a dónde huir, a dónde llegar. A partir de ese momento (si es que hay más momentos), tal vez empecéis a daros cuenta de que no sois el puto ombligo del mundo.

martes, 15 de julio de 2008

Vida insanamente sana.

¿Cuántas personas? ¿En cuántos textos? ¿En cuántas reflexiones patéticamente profundas? Pienso en ese número, en esa cifra y me doy un poco de lástima. Lástima porque ahora voy a formar parte de ella; ahora seré uno de los tantos que han dicho en algún momento: "mi cama está vacía y yo no lo soporto". Ya está dicho.

Despertarse por la mañana y recordar que no recuerdas a nadie ni nada especial. Acostarte de madrugada y lamentarte por no poder dormirte imaginando cosas que te apetecería estar haciendo en esa cama en vez de dormir. Abrazarte a la almohada y que no haya ningún olor además del tuyo reposando en ella. Y todo después de haber estado todo el día viendo series donde el amor triunfa y el sexo abunda; después de leer declaraciones de amor que van mucho más allá de todo lo conocido.
Que te dé miedo sentarte a escribir por si, en un descuido, empiezas a escribir cosas sensibleras que digan que extrañas el no extrañar (y lo terminé haciendo). Que no te apetezca hacer otra cosa además de comer, y que pretendas olvidar cuál es el motivo. Y comerte broncas que piensas no merecer sin decir nada por el simple hecho de que no tienes valor a aceptar que sí las mereces, aunque no se aplique a lo que te lo están aplicando.

Los pensamientos van y vienen, como furtivos, sin permanecer mucho tiempo por miedo a ser pillados y tengan que quedarse, hasta que descubres que lo único que puedes pensar es "se acabó, aunque no puedo decir qué fue lo que acabó porque no sé qué hubo". Nunca lo preguntaste, y nunca lo peguntarás.

Y, joder, deseas sufrir amando. Deseas no ser fuerte. Deseas que las lágrimas se perdan en un charco en el suelo; pero no te atreves a llorar. No llorarás porque no lo mereces, porque es una tontería. Pero tú quieres suspirar. Sabes que eso sería difícil, sabe que quizá estarías aún peor... pero quieres ese sufrimiento para ti, porque crees que es lo más hermoso del mundo.

Joder. La mierda más hermosa del mundo... y tú no la tienes. Qué triste, ¿no? Aunque es mucho más triste esta declaración, esta carta sin destinatario, esto que escribo fruto del egoísmo, y fruto
del anhelo de esa vida insana que me gustaría tener y que no tengo.

martes, 8 de julio de 2008

¿Me concedes este baile?

En esta noche clara la música de una guitarra dolida me acompaña. Para variar, en esta noche de verano madrileño no me apetece dormir; me apetece escribir. Escribir sobre cosas hermosas, y si yo soy la protagonista de esas cosas, mejor que mejor.
La historia se repite, y yo estoy dentro de la espiral de nuevo. Esta vez, sin embargo, no siento que soy la única que no encuentra su sujección. Ahora siento que me da lo mismo, que incluso me gusta este espídico movimiento incesante. No puede ser tan malo, y hasta que encuentre mi poste me va a costar, al fin lo acabé entendiendo. Lo que poco a poco guardo en mi maleta no está mal: son bonitos (o no) recuerdos y sé que algunos no me hará falta sacarlos en mucho tiempo poque tendré algo mucho más firme que una simple fotografía o un collar de macarrones confeccionado entre risas. Tengo seguridad, por el momento. Quién sabe lo que se llevará o traerá esta ventisca... ¿Y a quién le importa?

Mi cigarro se consume y yo a penas le he dado dos caladas. Ya es hora de notar cómo la vida invade mi pecho con su humo, sin preocuparme de cómos o porqués.
Si se oye una canción triste desde los altavoces, podemos bailar intentando que el tiempo pase lo más deprisa posible hasta que se torne en una alegre. Si suena una canción antigua... recordemos los pasos que fallaron anteriormente y cambiemos justo ahí nuestra coreografía. Si lo que invade nuestros oídos es una melodía desconocida, descubramos delicadamente cada acorde para saber si hemos de movernos con lentitud y llorar, o si nuestros pies crearán polvo de lo rápido que se moverán mientras reímos a carcajadas.
Pero jamás, jamás debemos dejar de bailar.