lunes, 5 de enero de 2009

Podría ser, pero no.

-Le gustaba caminar sin pisar las juntas de las baldosas. Le gustaba pensar que las cosas ocurrían por alguna razón, aunque no se pudieran explicar en el mismo instante en que sucedían. Le gustaba mirarse en el espejo las horas muertas, y descubrir que tenía imperfecciones como todo el mundo, y que darse cuenta de eso le hacía un poco más perfecta. Le gustaba dar vueltas en las calles desiertas de madrugada, y mirar las estrellas desde su ventana abierta en verano. Le gustaba sentir el frío de las mañanas de agosto y odiaba el calor artificial de los radiadores en enero. Le gustaba no haber perdido su inocencia de niña siendo ya mayor. Le gustaba creer que las personas estaban unidas con cintas de colores, aunque los propietarios de esas cintas nunca llegaran a encontrarse. Le gustaba pelar patatas cuando estaba baja de ánimos. Le gustaba hacer fotografías a niños sonrientes. Le gustaba reír sin motivo aparente, y hacer chistes que sólo entendía ella. Le gustaba, en el fondo, ser una incomprendida, porque eso le hacía diferente. Le gustaban los abrazos de oso y las manos calentitas arropando las suyas cuando las tenía heladas. Le gustaba bailar sin música, y cantar a todo volumen. Le gustaba emborracharse sin haber bebido. Le gustaba freír croquetas y cualquier cosa empanada para ver la espuma que deja el pan rallado. Le gustaba recibir un regalo aparentemente insignificante sin que fuera su cumpleaños. Le gustaban más cosas absurdas que nuca se atrevió a escribir.

Pero un día la chica, con unos ojos tan verdes como la esperanza, perdió su fe y dejaron de gustarle las cosas. Empezó a poner mala cara a todo, le irritaba el mínimo temblor del suelo. empezó a odiar todas las cosas que antes admiraba, y la vida perdió su sentido. Lo que nunca perdió fue su orgullo. ella no se estaba matando, ella estaba evadiéndose, la vida ya no la quería, ni la necesitaba. Igual que ella no necesitaba el cariño de nadie, y menos el de Él, ese Él tan torpe que dejó que tropezará y se le rompiera el corazón. Ella quería vivir, era el destino el que no le dejaba avanzar. Ella moría poco a poco y se daba cuenta, pero nunca dijo nada, porque no necesitaba hablar, ya no. Ahora, lo que le gustaba era estar en la cama tumbada, escuchando baladas tristes que aludían al recuerdo, no le hacían llorar, porque no tenían ningún sentido: Ella no extrañaba a nadie, pero le gustaba escucharlas sólo para tener una razón para poder decir que no extrañaba nada...

-Sigue...
-Y de pronto desperté. Me vi en la cama, dejando sin respiración a la almohada, muerta de miedo y frío. Ella podría ser yo. Me estoy hundiendo dentro de mí misma. Acabaré como Ella acabó si sigo así.
-¿Cómo acabó?
-No lo sé. Nadie lo sabe.

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