domingo, 13 de abril de 2008

Tiempo

Seguramente habréis oído alguna vez ese dicho tan famoso el tiempo todo lo cura.

Bien, yo no lo sé. No lo vengo a discutir, porque yo no tengo reloj, y nunca usé uno por lo que no soy la más indicada para discutir esos temas. Lo que si que creo con firmeza es que los relojes son como los griletes que se les ponen a los presos. Conocí a un tipo muy interesante en una estación de tren, iba descalzo y llevaba un sombrero de copa raído, me dijo que las horas eran algo tan arbitrario... me lo dijo con un brillo muy especial en la mirada, y un tufillo particular en el aliento. La gente se apartaba de él, pero yo me senté a su lado, a escuchar las historias que tenía que contar. Me confesó muchas batallas, batallas físicas y batallas del alma. Y escuché entera su teoría acerca el tiempo, aunque ahora, mi mala memoria no me permita reproducirla... es una verdadera pena, ilustraría muy bien lo que quiero decir.

Lo que sí recuerdo con todo detalle es que el tiempo, más que actuar como medicina, en él había hecho muchos destrozos, las profundas arrugas de su frente y el cano color de su barba así lo atestiguaban. Cosas maravillosas le habían pasado durante su larga vida que le habían otorgado el halo de sabiduría que ahora le rodeaba, y el tiempo todo le había arrebatado. Él negaba enérgicamente cuando yo le hacía esa apreciación, y me decía, con la voz cascada, que el tiempo le había devuelto su juventud. Yo reía, no le entendía, empezaba a pensar, como el resto, que estaba borracho, tal vez loco. Pero él insistía: el tiempo no le había quitado nada, él mismo lo había dejado atrás, el tiempo sólo le había puesto en el lugar que merecía por haber hecho caso omiso a lo que un día tuvo; se lamentaba porque no se dio cuenta antes, pero se alegraba por haber acabado así: sin nada, tenía la vida que le quedaba para volver a empezar, y por eso era joven. Yo ya no me reía, le miraba con los ojos desorbitados, pensando en cada palabra que me había dicho y pensando que no estaba tan loco al fin y al cabo; ya no sabía qué pensar, ni del tiempo, ni del viejo, ni de nada.

El hombre se levantó de nuestro asiento, y me dejó allí, pensando en sus palabras, y sin un tren que coger... pues se me había pasado la hora de subir a él, y yo ni me había percatado.

Curioso esto del tiempo, tan subjetivo...

1 comentario:

Valerian dijo...

El tiempo es el mar que erosiona todo lo que podemos construir en la arena de la playa. Desde los más imponentes y bellos castillos hasta las zanjas más profundas son niveladas por el agua del mar a medida que va pasando.