viernes, 6 de marzo de 2009

Algo.

Yo qué sé. Ha pasado mucho tiempo hasta que he podido volver a coger un boli, o, en este caso, el teclado. No tengo nada interesante que decir (lo siento, chicos, volved otro día). No me pasa nada malo... pero tampoco nada bueno.
Sigo buscándome detrás de todas las esquinas que cruzo, y no pierdo la esperanza porque sé que me encontraré tarde o temprano, que me conoceré, y que no me dará miedo estar en mí por más de tres días seguidos.
Quien me conoce (de verdad, no me valen los: eh, yo te vi un día en el metro) sabe que soy una persona muy optimista, pero también muy rayada. Me gusto, o al menos me gusta la parte de mí que conozco. Pero temo a la que no conozco. A veces llego a pensar que no me quiero lo suficiente, y que me escondo tras un velo horriblemente opaco de falso optimismo. Esos días el cielo es negro y yo no sonrío. Al día siguiente, pongo los pies en el suelo, y me hago consciente de que es un nuevo día, mucho mejor, con un cielo azul que deja cegato a quien intenta mirar su luz.

Estoy segura de que la mayoría no tiene ni puta idea de lo que es experimentar este tipo de cosas, para ello hacen falta muchos años de práctica y mucha fe en la vida. Yo tengo fe en la vida, es lo que Dios a las religiones. Soy partidaria de la vitalidad, del camino contínuo, y del contínuo cambio.

Hay días en los que el botón, por razones que sólo la Vida sabe, está abajo, cuando todo apunta a que debería estár más arriba que nunca. Y yo no hago mucho por evitarlo: simplemente pasa, como todo; porque sé que mañana va a ser mejor.

Pero llevo ya muchos días pensando que mañana llegará, y llegó un día en el que pensé: mañana es hoy, qué magnífico. Y así estuve durante casi una semana, hasta que algo decide ponerse al revés, y entonces yo vuelvo a recluírme en mis adentros pensando que tal vez mañana no debiera salir a la calle, pero que guramente será un buen día.

Y es que, de verdad, hay cosas que merecen la pena, y que son buenas incluso en días malos, y si eres capaz de verlo ¡enhorabuena!, eres del club de los optimistas. Pero siendo optimista realista, la cosa es más difícil, porque se sabe que no todo es de color de rosa, sino que hay cosas que no van bien, que hay cosas que se atascan y deciden no marchar. Cuando esa sensación se ahogue por completo dentro de mí, será que ya me he encontrado. Y es que, estoy incompleta, y me falta algo.

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