domingo, 24 de mayo de 2009

No hacen falta palabras.

Llevaban horas sin decirse nada. Ella tumbada. Él sentado a su lado.
Él pasó un dedo suavemente y con dulzura por su vientre, por su ombligo desnudo y pálido. Vio cómo ella sonreía sin abrir los ojos. Él se recostó de nuevo sobre su costado izquierdo y le besó el cuello cuando estuvo cerca. Ella le puso la mano izquierda sobre la cintura y giró noventa grados para abrazarle mejor y de frente. Los rizos le caían por la cara y él se encargó de apartárselos acariciándole las rosadas mejillas al paso de sus manos.
Ella al fin abrió los ojos y el verde de éstos hipnotizó al chico, que a duras penas pudo apartar la mirada para dirigirla a sus labios y examinarlos. Recorrió el inferior con el pulgar de su mano derecha con más delicadeza que antes si cabía, leyendo todos sus surcos y los misterios que guardaba en ellos. Ella sonrió y él retiró el dedo, como asustado ante un movimiento repentino. Acercó su cuerpo lentamente al de él, dejando adivinar los acontecimientos próximos. Le buscó con los labios, y él no se escondió.
Se dejaron llevar una vez más. Con un beso empezó todo de nuevo. Las sábanas bailaron y ellos se lo volvieron a decir todo sin articular palabra.

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