lunes, 31 de marzo de 2008

Recuerdos.

Sobre las manos, sostengo arena; arena fina como la de las playas del Caribe, aunque nunca estuve allí; no, siempre preferí la montaña. también tengo en mis manos agua cristalina, no tiene ni la mínima sombra de color, puedo observar mis arrugas prematuras... y tus besos.

Es curioso lo que dura el rastro de un beso... si sólo es un gesto, el simple reposo de unos labios cansados en una mejilla hospitalaria. En este caso las hospitalarias eran las manos, pero podrían haber sido los labios. También es curioso cómo un beso en los labios sabe tan dulce... al fin y al cabo, sólo son otros labios... el intruso sabor de otros labios en los propios. ¿No debería de ser eso algo repulsivo?¿No deberíamos ponernos a la defensiva ante tal acto? Y... sin embargo, nos sentimos vulnerables, las piernas no saben estar de pie, como han hecho toda la vida antes; y a las mariposas esas que dicen que viven en los estómagos (¡qué especie tan rara y maravillosa al mismo tiempo!) les da por arañar suavemente, dando una extraña sensación de vértigo agradable.

Bueno, como decía en un principio... vaya, qué extraño: se me ha olvidado de lo que iba a hablar. Debía de ser algo hermoso, pues me llevo a recordar el dulce color, olor y tacto de esos viejos olvidados que son en mí los besos.

martes, 25 de marzo de 2008

La Gran Fiesta.

El líquido, de un rojo reluciente, resbalaba por la mesa hasta suicidarse al borde de ésta, llegando a la raída alfombra y llenándola de manchas que no se quitan, ni de la tela, ni de la memoria. Una uva (de las verdes, por supuesto), rodaba, chocando con obstáculos que hacían que la pequeña fruta tuviera que cambiar su rumbo, incapacitada por su minúsculo tamaño para luchar contra los platos y las copas sucios que se inteponían en su camino. Así, llevada por el cruel destino que hace al más grande el vencedor, la uva termina cayendo justo donde antes cayó el líquido, haciendo que unas redondas salpicaduras decoren la mancha que sosamente lucía ya la alfombra.

Pero nadie se percata del terrible suceso, de la gran tragedia que acaba de llevarse a cabo en el Gran Salón. El susurro de las risas de la gente allí reunida calla los estridentes gritos de dolor que la uva lanza a los cuatro vientos, mientras se muere, lentamente, embriagada por la bebida sobre la que cayó. Esa misma bebida es en gran parte la culpable de todo, la que hace que las personas se muestren reticentes a la hora de parar de reír; la que hace que aparezcan las adorables manchas rosadas que, sin mostrar lealtad ninguna al cuerpo en el que habitan, muestran el verdadero estado de la mente de dicho cuerpo.

Por fin, alguien se da cuenta. Ve el vino, y sobre él, el poco afortunado fruto verde. La muchacha suelta una lagrimilla, y, empujando con la punta de su zapato de piel, esconde, en la medida que le es posible, los restos de la desgracia bajo la mesa; mientras, se vuelve con un gesto grácil hacia su soporífero acompañante, enseñando una magnífica sonrisa blanca, la misma que ha ensayado antes cientos de veces para poder tratar a los que a ella se acerquen con la hipocresía que éstos le merecen. Como se ha de hacer en cualquier fiesta que se precie.

domingo, 23 de marzo de 2008

Rastro


Es pronto, "jamás madrugo tanto" es lo primero que has pensado al apagar el despertador. Miras a tu alrededor... por todas partes hay algo que observar.
Te llama la atención el ver tantos pájaros entre las copas de los escuetos árboles de la rugiente ciudad, pues no los oyes: no oyes nada más allá de las ofertas que las gitanas gritan, entre divertidas y desesperadas; si escuchas atentamente, puedes distinguir más de tres idiomas diferentes... por no hablar de los acentos: andaluces de todos los lados, asturiano, gallego, algún catalán...
Te mueves lentamente, la marabunta de gente de la que se oyen todos esos acentos no te deja avanzar
al paso que tú quisieras. Sientes a los niños pequeños rozándote las piernas con sus cabezas y las miradas de las madres de esos niños, temerosas de que algún despistado arruye a su pequeño; notas también los codos y los hombros de los que llevan demasiada prisa como para respetar al resto, por lo que se hacen paso como pueden a la fuerza.
Esta mañana decidiste que no sacarías mucho dinero de ese lugar especial donde los billetes se arrugan esperando a que haya algún evento lo suficientemente importante como para poder ser cambiado por algo más valioso. Sabías que si sacabas más llegarías a casa sin nada, y es que parece que el calor que desprenden los objetos de los puestos te atraen: ellos te eligen a ti, te tientan con sus colores alegres y diseños únicos, con ese aire de perfección imperfecta de lo artesanal... aunque sabes que de artesanal queda poco ya entre las lonas extendidas, pero te gusta pensar que está hecho con las manos de algún anciano con barba larga y cana sentado en su silla de madera. Luego lo pensarás detenidamente, y te darás cuenta de lo tonto de tus pensamientos.

Has tardado 15 minutos en hacer un camino de 2. Pero no te importa, ya has llegado a donde querías, ese lugar con nombre de droga blanda. Allí hay un montón de gente que hace lo mismo que tú: espera a sus amigos para recorrer las callejuelas más profundas del rastro, buscando camisetas que en ningún otro lugar encontrarían, juguetes antiguos que creías que jamás volverías a ver, bisutería
artesanal... O cualquier objeto lleno de magia.
Pero lo más importante es que, además de los artículos que puedas comprar, te llevarás siempre puesta una sonrisa y un paquete de recuerdos que almacenarás en ese cajón de la memoria llamado "buenos ratos"

jueves, 20 de marzo de 2008

Presentación

Si digo la verdad... yo no sé hablar. No, no sé. Y quien me conozca lo sabrá: se me traban las palabras, las letras se quedan enganchadas en las cuerdas vocales y no acuden a los labios como debieran. Aunque yo, en mi cerebro, tenga todo organizado y sepa qué es exactamente lo que quiero expresar.
Por eso, escribo. Es todo más sencillo cuando estás frente a un papel en blanco, lápiz (o boli) en mano: tienes tiempo para estructurar las frases, para comprobar que todo lo que escribes tiene sentido, y si no lo tuviera, se tira de borrador, y reinvetas las palabras. Escribo porque me libero; escribo porque me siento libre haciéndolo; escribo para mí.

Tal vez no debiera empezar diciendo esto, porque mis posibles lectores se asustarán y pensarán que no les tengo en cuenta... pero es así. Lo siento, pero me gustaría ser sincera desde el principio. No me malentiendan: como a todo escritor, me agrada que gusten mis textos, que la gente se sienta identificada con ellos, que se comprendan... Pero no los creo por esos motivos, no busco reconocimiento, ni busco contentar a los lectores. Lo que busco es entender a mí misma a través de lo que escribo, busco divertirme metiéndome en la piel de personas que no soy yo, busco construir arte que me ayude a comprender mi alrededor.
Y, de ninguna manera, espero que vosotros sintáis al leerlo mismo que yo al escribir. Lo que espero y lo que me encantaría es que le busquéis un sentido válido sólo para vosotros; que le deis trescientas vueltas a mis escritos y entendáis cosas que yo no he querido decir, pero que están ahí; y, sobre todo, que lo compartáis conmigo.

Pero no penséis que todo va a ser así, habrá ocasiones en las que será imposible la libre interpretación y, entonces, también me gustaría que me dijerais que opináis.

Finalizando, lo que yo quiero es que este sitio sirva tanto para mí como para vosotros. Espero que juntos podamos escupir muchas palabras, por mucho tiempo.